Algunas notas históricas.
Las grandes civilizaciones de la Antigüedad como egipcios, fenicios, romanos y árabes comerciaron y difundieron el cultivo del olivo y sus múltiples usos: iluminación, fines curativos, culinarios, para masajes, cosmética y con evidente simbolismo de distinto tipo en rituales y momentos socialmente relevantes. Por ejemplo, los egipcios atribuían a Isis, diosa de la maternidad y del nacimiento, la transmisión a los hombres de este árbol sagrado, su forma de cultivo y la utilización de sus frutos. Las aceitunas constituían un alimento importante y con su aceite se ungían los cuerpos para fortalecerlos, animando el espíritu. Se usaba también en el culto a los muertos y a los dioses. Para los fenicios el olivo también fue importante y en la época de la recogida de la aceituna y la obtención del aceite celebraban ritos en honor a los dioses como agradecimiento. En la mitología griega el olivo también tiene gran presencia. Cuando Atenea vence a Poseidón una disputa por la soberanía de Grecia lo hizo creando la mejor obra de arte, y para ello Atenea, con un golpe de lanza en el suelo, hizo brotar un olivo cubierto de frutos […] del que no solamente sus frutos serían buenos para comer sino que de ellos se obtendría un líquido extraordinario que serviría para alimento de los hombres rico en sabor y en energía, para aliviar sus heridas y dar fuerza a su organismo, capaz de dar llama para iluminar las noches (Estrada Cabezas: 2010).
Desde las islas griegas el olivo se propagó por toda la cuenca del Mediterráneo y llego a los romanos, que también expandieron su cultivo y los usos de sus frutos. En Sicilia estaban los conocidos olivares de Agrigento, donde se emplearon sistemas de olivicultura griegos. En el Imperio Romano el aceite de oliva era muy apreciado, de manera que todo ciudadano que plantara fanegas de olivos era exonerado del servicio militar. También eran muy valoradas las aceitunas y, así, el poeta Virgilio recomendaba alimentarse de ellas por sus excelentes cualidades. La mitología romana cuenta con muchas referencias al olivo, y los propios Fundadores de Roma Rómulo y Remo se consideran nacidos bajo las ramas de este árbol. Era símbolo de la fertilidad y la paz, signo de alianza entre la naturaleza y el hombre, por ser el único árbol que logró sobrevivir a las aguas del diluvio universal, representando también la inmortalidad y la fuerza (Estrada Cabezas, 2010).
En el Imperio Romano el aceite de oliva era muy apreciado, de manera que todo ciudadano que plantara fanegas de olivos era exonerado del servicio militar. También eran muy valoradas las aceitunas y, así, el poeta Virgilio recomendaba alimentarse de ellas por sus excelentes cualidades.
Era de esperar que, debido a este largo bagaje ideático, posteriormente apareciera el olivo como símbolo en las religiones clásicas. Por ejemplo, en la Biblia, tanto el aceite como el olivo representan el Espíritu Santo, se usa para unciones y refleja la abundancia. También lo es para el Corán, donde se puede leer que el aceite casi alumbra sin que lo toque el fuego. En la religión hebrea se ha usado popularmente el olivo para ritos funerarios, ofrendas y celebraciones o para la creación de lámparas y muebles.
A pesar de que se han encontrado huesos de aceitunas en la Península en yacimientos neolíticos (8000-2700 a. C.) de El Garcel, el río Almanzora y en las Alpujarras, parece que fueron los romanos quienes expandieron el olivo hasta la Península. Posteriormente, con la presencia árabe se enriquecieron los campos del Valle del Guadalquivir con nuevas variedades, dejando tan importante legado como los vocablos de acebuche, aceituna o aceite, que proviene de “al-zait” que significa jugo de aceituna (Estrada Cabezas, 2010).
Desde su establecimiento definitivo en la época romana, el olivar no ha cesado de aumentar su presencia en la Península, pero este proceso no ha sido lineal y continuo, sino que se han producido avances y retrocesos que han supuesto una presencia constante y una colonización creciente por el olivar de todos los territorios peninsulares donde las condiciones ambientales han permitido su cultivo. Este vínculo de la Península con el olivar, de particular intensidad en el caso de Andalucía, se ha consolidado de modo tan permanente, como el arraigo multisecular del olivo al territorio.
Extraido del Estudio: Etnografía del Olivar de Aceituna de Mesa Manzanilla y Gordal de Sevilla.
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